Camino Frances

Camino Frances
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Sunday, July 15, 2012

Para Empezar (translation)

“Un peregrino en el Camino de Santiago me dijo, al cumplir los 300 kilómetros desde León, “a celebrar esta noche y a desfrutar, pasarán tres semanas hasta que te des cuenta de lo que has logrado.” Todas las experiencias de dos semanas no se pueden resumir en el momento único de entrar en el catedral de Santiago. Los mismos pensamientos y sentimientos se han quedado conmigo, 6 años después y 10 mil kilómetros de Santiago. El camino que empecé el 14 de Mayo del 2004 es el mismo que sigo hoy día. El catedral de Santiago fue una parada en el Camino—una parada donde he vuelto a parar y donde pararé otra vez en el futuro—pero el camino mismo ha seguido tanto como he tenido ganas de caminarlo.” (Marzo, 2010; sacada de un articulo que publiqué en el libro “Following the Yellow Arrow; Younger Pilgrims on the Camino”)

Yo escuché hablar del Camino de Santiago por primera vez en una clase de historia en la Universidad de Michigan durante el segundo año de mi carera. Cuando nuestro instructor nos dijo que dos profesores organizaban un viaje al Camino para el verano siguiente, me volví hacia un amigo y dije, “Me voy.”
El GIEU—global Intercultural Exchange for Undergraduates—es un programa que organiza viajes para estudiantes de la universidad para que viajen y trabajen, de alguna manera, de “crear una comunidad internacional”. En 2004, uno de los destinos del programa de GIEU fue los 300 kilómetros del Camino de Santiago desde León a Santiago de Compostela. Mientras caminaban, entrevistaban a los demás peregrinos y preparaban comida cada noche para compartir, Los estudiantes peregrinos iban a pensar en las varias maneras en las que la comunidad se desarrolla en el Camino. El Camino, sin embargo, tiene un poder impresionante que uno no se puede analizar fácilmente. Por el hecho de que cada uno de los 14 estudiantes tenía su fuerza y su debilidad, cada uno seguía un Camino diferente.

Mi propia fuerza y mi propia debilidad fueron los dos lados de una misma moneda. A los siete años, un tumor cerebral causó que el líquido cerebral iba poniendo cada vez más presión en los nervios ópticos. Con tanta presión, el sangre y los nutrientes no llegaron a los nervios, lo cuales se ahorcaban.
Aunque una seria de cirugías me salvó la vida, me quedé sin la vista.

La invidencia siempre ha sido la fuerza que me echa para adelante. Aparte de Caminar el Camino en 2004, pasé ocho meses estudiando en Chile, dos años trabajando en Málaga como auxiliar de Conversación, dos años en Japón con el programa de JET y, al final, pasé un año entrenando en la Universidad Internacional de Budo donde gané mi cinturón negro. Pero la invidencia también ha sido una fuente de mucha duda en mi vida. Con cada aventura nueva, me pregunto como será posible que logre que todo funcione. Cada vez que una persona me ofrece la mano, yo creo que la ofrece con condescendencia. He intentado mantener un sentido de independencia mientras me pongo en situaciones cada vez más difíciles. Pero me ha costado mucho entender que la ayuda no siempre expresa la duda que esa persona me tiene.

El Camino de Santiago fue mi primera experiencia viviendo afuera de los Estados Unidos. Fue la oportunidad que necesitaba para probarme a mi mismo: ubicarme en los nuevos sitios, expresarme con un vocabulario básico y confrontar a las reacciones que tenía la gente frente de mi discapacidad. Estas fueron todas las capacidades que me hacían falta si quisiera vivir una vida internacional. Poco a poco, durante el 300 kilómetros viaje, me iba desarrollando mis propias estrategias. Cada vez que llegué a un albergue nuevo, pregunté por el baño. El baño es la necesidad más básica y no quería preocuparme por ello. Prestaba mucha atención a los sonidos y movimientos de los peregrinos que me rodeaban. Mientras escuchaba a los demás peregrinos con sus ritos diarios—lavando la ropa, preparando la comida—podía sacar una idea más o menos clara del tamaño y estructura de cada nuevo lugar. Para que sea más fácil encontrar mi cama, empecé a dejar mi mochila al pié del colchón. Luego, cuando volví a entrar en el cuarto, dejé que la mano pasaba cerca de las camas hasta que tocó con mi mochila y encontré mi espacio. Aprendí a adaptar.
Aunque no me costaba conocer los sitios nuevos, conociendo a la gente nueva era más difícil. Cuando cada peregrino nuevo expresaba preocupación o, aún peor, admiración por un peregrino ciego, me lo encontré difícil mantener el autoestima. Cuando una mujer me regaló un bastón de caminar, lo llevé hasta que no nos veía y se lo pasé a otro miembro de nuestro grupo. En un albergue cerca de Santiago, un hombre me tomó de la mano y se quedó quieto durante varios momentos llorando. NO estaba yo preparado por ese tratamiento. Para una persona, como yo, quien siempre ha intentado pasar sin que nadie le prestara mucha atención, me resultó muy incómodo ser el centro de tanta atención.


“Llegué a Santiago el 30 de Mayo del 2004 con haber entendido dos cosas muy importantes. Mientras caminaba las calles y las plazas de esa hermosa ciudad, muchos de los peregrinos que había conocido en el viaje me saludaban. Con sus felicitaciones y deseos por un buen viaje de vuelto a mi país, me di cuenta de que tenía la fuerza de viajar y vivir la vida que quería. Me había desarrollado las capacidades necesarias para adaptar a lugares nuevos y desconocidos. También descubrí la fuerza de explorar estos sitios sólo. Pero, cuando un francés me paró en las escaleras delante del catedral, poniendo sus dos manos en mi pecho y queriendo no más que conocerme, me di cuenta de que todavía no me sentía cómodo con las reacciones de los demás. De verdad, yo mismo no me sentía cómodo con la invidencia.”


Durante los dos años que trabajaba en Málaga—el octubre de 2006 hasta el Mayo de 2008—era voluntario de la Asociación Jacobeo de Málaga. Aparte de rellenar credenciales y dar consejo a los peregrinos, la asociación de Málaga repasa etapas del Camino mozárabe para asegurarse de que el camino sea limpio y bien indicado. También volví yo a Santiago en el Camino portugués con una amiga. Sin embargo, he quedado siempre con ganas de volver al Camino francés y caminar desde el principio.

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